Hace tres años, una noche de julio, yo estaba sentada con un grupo de
amigos en un elegante café en un vecindario de Tel Aviv, tratando de
ignorar los cantos de "muerte a los árabes" que venían de la plaza de
enfrente. Estábamos en medio de la guerra de Gaza y acabábamos de venir
de una protesta contra la guerra
en una plaza cercana. Nos habíamos ido rápidamente, ya que la zona se
estaba complicando. Grupos de jóvenes habían comenzado a filtrarse,
escudriñando a las multitudes agotadas, con el cuello tenso. Fue una de
las numerosas protestas en las que miembros de la extrema derecha de
Israel habían asaltado a los izquierdistas durante ese verano interminable y sangriento.
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