Fue necesario que pasaran 14 años, pero ahora tenemos una respuesta.
Era
marzo de 2003, la invasión de Iraq estaba en marcha y el general David
Petraeus comandaba la división 101 aerotransportada en su avance hacia
Bagdad, la capital iraquí. Rick Atkinson, periodista del Washington Post
e historiador militar, le acompañaba. De pronto, después de seis días
de una campaña relámpago, la división se quedó detenida a 48 kilómetros
al sudoeste de la ciudad de Najaf por unas terribles condiciones
climáticas –entre ellas, una enceguecedora tormenta de polvo– y unos
inesperados y “fanáticos” ataques de fuerzas irregulares iraquíes. En
ese momento, Atkinson informó de que, “[Petraeus] metió los pulgares en
el chaleco antibalas y se acomodó los hombros. ‘Dígame cómo termina
esto’, dijo. ‘¿Ocho años y ocho divisiones?’. Se refería a un consejo
dado a la Casa Blanca en los primeros años cincuenta del siglo pasado
por un importante estratega del ejército cuando se le preguntó acerca de
cómo ayudar a las fuerzas francesas que combatían en Vietnam del Sur.
La sonrisa de Petraeus sugería que el comentario era más una graciosa
salida que una aseveración histórica”.
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