La inobjetable victoria del macrismo a nivel nacional plantea un enorme
desafío para el conjunto de fuerzas que bregan por un país justo,
democrático y soberano. Hoy, debido al lento pero irresistible
–irresistible por ahora, como una vez dijera Hugo Chávez- ascenso de la
derecha, la Argentina se ha convertido en un país más injusto, menos
democrático y más dependiente. ¿Qué hacer ante tamaña involución? ¿Cómo
enfrentar a esta conjura de la plutocracia local, sus mandantes en
Washington y su ejército de publicistas y propaladores de eficaces
“posverdades” que lograron que un 41.7 % de la población votase
alegremente por quienes han demostrado que gobiernan para los ricos y
con los ricos y que están dispuestos a llevar hasta sus últimas
consecuencias una suerte de eutanasia de los pobres, los viejos, los
jóvenes, los excluidos? Para responder a esta pregunta es preciso
primero reconocer exactamente la fortaleza del adversario y, autocrítica
mediante, nuestras debilidades. Ambas se combinaron para producir esta
nueva derrota del espacio progresista y de izquierda nucleado en torno a
la figura de Cristina Fernández de Kirchner.
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