En esa tierra caliente y árida que conforma la provincia de Kirkuk,
en el norte de Irak, los movimientos militares y los enfrentamientos
diplomáticos se acrecientan día y día, y pueden desembocar en una guerra
abierta e interna que tiene como protagonistas principales al gobierno
central de Bagdad, a la administración semi-autónoma del Kurdistán
iraquí (Bashur) liderada por Masud Barzani, las fuerzas guerrilleras
vinculadas al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y,
principalmente, al pueblo kurdo que desde hace décadas vienen luchando
por su libertad e independencia.
A la riqueza en la zona de Kirkuk -en la que existen vastas reservas de
crudo, además de refinerías y están ubicados los oleoductos hacia Ceyhan
(Turquía) y Baniyas (Siria), en el Mediterráneo-, se le sumó la crisis
desatada por el referéndum autonómico (no vinculante) impulsado por el
gobierno de Bashur el pasado 25 de septiembre. La consulta fue
organizada por el Partido Democrático de Kurdistán (PDK), que gobierna
de manera férrea desde hace varios años. Barzani, el principal dirigente
del PDK y hombre ajeno a dejar el poder (hace dos años tendría que
haber dejado la presidencia de la región semi-autónoma), presentó con
bombos y platillos el referéndum como solución a la cuestión kurda. Sin
el objetivo claro de alcanzar la libertad del pueblo kurdo, Barzani
impulsó la consulta para aplacar la crisis interna en el Kurdistán
iraquí que, pese a ser la región con las mayores reservas petroleras del
país, sufre la desocupación entre el pueblo y una corrupción extendida
en la clase empresarias y política del PDK.
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