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domingo, 26 de julho de 2015

La libra de carne y los mercaderes de Berlín

Lo sucedido con Grecia frente al Eurogrupo ha sido tildado de “capitulación”, “golpe de estado financiero” y “lapidación” entre otras cosas, a pesar de que buena parte de los medios hablan de ¡acuerdo! Denominación inaceptable cuando su firmante griego, Alexis Tsipras, señala, él mismo, su desacuerdo con lo que ha debido deglutir.
Es que hemos asistido, demudados, a una cruel y salvaje derrota sufrida por Syriza, la fuerza popular organizada y dirigente del proceso político griego, que había alcanzado a coronar un gobierno de nuevo tipo, una esperanza en un país devastado por el neoliberalismo y la corrupción de su oligarquía dirigente. El golpe de estado financiero provocado por la Troika lo llevó a la derrota y capitulación política -no escrita en un moderno “Tratado de Versalles”- y se le han impuesto aberrantes condiciones económicas para conducir a Grecia al caos, el desamparo y la humillación que culminen con el desalojo de Syriza del gobierno.
El llamado al plebiscito que Syriza promovió poco antes del fin de la negociación constituyó una iniciativa inédita y audaz. Lo que estaba en juego era un SÍ o un NO al paquete de reformas y ajustes exigido por la Troika para evitar la quiebra de Grecia. El triunfo de Tsipras que postuló un NO fue contundente y éste lo vivió como un respaldo que favorecía su postura en la negociación. Pero a los alemanes comandados por Schläuble y Merkel les importaba poco porque especulaban con la certeza de que Tsipras no quería abandonar el Euro. Desde mucho antes, cuando Syriza daba aún sus pasos iniciales de acercamiento al gobierno, la afirmación de su pertenencia al Euro era una clave nodal de su discurso. Porque para ganar el centro de la escena política y proyectarse al poder había que estar en consonancia con los sentimientos de las mayorías griegas, ampliamente identificados con el espíritu europeo. Y atados al Euro por lo que entendían su conveniencia y sus expectativas. Nadie en Grecia que aspirara a ser mayoría podía sugerir la eventualidad del Grexit. Merkel lo sabía e incluso a contrapelo del FMI, podía entonces seguir apretando la soga al cuello de Tsipras, ignorando sus devaneos con Putin. No faltaban razones para ello: una salida no programada, sino forzada por la quiebra sin siquiera moneda propia, significaría un salto sin red hacia la nada. El cálculo comparado del desastre aparentaba ser, y seguramente lo era, una perspectiva inmediata mas dolorosa y grave.

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