El presidente Barack Obama abandona la escena presidencial después de
un mandato de ocho años marcado por la relación de Estados Unidos con
dos de los principales opositores a la hegemonía estadounidense, Cuba e
Irán, en contraposición con una gestión maquinadora de la Primavera
Árabe y completada por la superación del contencioso doloroso con Japón
(Pearl Harbor e Hiroshima). Pero de una pasividad sorprendente con
respecto al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, a quien el
presidente gratificará al final de su mandato con un regalo exorbitante:
una subvención militar de 38.000 millones de dólares.
Una
pasividad insultante del líder estadounidense. Una complacencia
corrosiva para la credibilidad y el prestigio de la diplomacia de EE.UU.
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