Quizá los principales perdedores de las elecciones estadounidenses,
además de los propios votantes de Donald Trump, sean los palestinos.
Esto significa, desde luego, que los israelíes figuran entre los grandes
ganadores. Trump, que apoyó a Netanyahu activamente en las elecciones
israelíes de 2013, le ha invitado ya a reunirse con él “en la primera
oportunidad”. Su asesor en las cuestiones israelíes, el embajador
designado David Friedman, un judío ortodoxo a quien la prensa israelí
posiciona a la derecha de Netanyahu, no perdió el tiempo y corrió a
anunciar que los asentamientos son “legales”. Trump, continuó, no tiene
problema si Israel continúa construyéndolos, o incluso si decide
anexionarse Cisjordania. La Embajada de EEUU se trasladará a Jerusalén,
dijo Friedman, reafirmando una de las promesas electorales de Trump.
Ni que decir tiene que Netanyahu ha entrado en éxtasis. Su gobierno
está ya pergeñando amplios planes para construir infraestructuras en la
ocupada Cisjordania, incluyendo alrededor de 7.000 viviendas en
Jerusalén Oriental. “La victoria de Trump es una tremenda oportunidad
para que Israel anuncie de inmediato su intención de renegar de la idea
de establecer Palestina en el corazón del país, lo que sería un golpe
directo a nuestra seguridad y a la justicia de nuestra causa”, declaró
Naftali Bennet, destacado ministro del gabinete. “¡Fuera!, así de simple
y claro. La era del Estado palestino se acabó”.
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