
Las primeras palabras que acuden a la boca nombran y así crean vínculos:
Hermanas, compañeras. Con toda la distancia que nos separa, mientras
acá el calor agobia y allá, a donde se mira cuando se quiere busca el
centro político del mundo, el frío agradece los gorros de lana rosa con
orejas de gatita que usaron para unificar la rebeldía y también la sorna
contra ese hombre que ahora es presidente de los Estados Unidos y
pretende a las mujeres sólo mimosas, para agarrarlas por la “pussy”, que
tiene el doble sentido de gatita y de vulva.
Contra toda esa distancia que no es sólo geográfica porque es bien distinto ser mujeres en el sur del continente que en el norte, la marcha de las mujeres en Washington y otras 616 ciudades alrededor del mundo hace sensibles sin dificultad los lazos: hermanas, compañeras en lucha, tomando la calles, poniéndose a la delantera, sin esperar ni un minuto para mostrar la fuerza de lo que ya no se tolera, ni la misoginia ni el racismo, ni la xenofobia ni pánico moral frente a quienes migran en busca de recursos, de otras derivas.
Hermanas y compañeras todas agitando una enorme marea que no se detiene, que da señales de fortaleza en todo el mundo, que se retrae sólo para volver, un inmenso tsunami de voluntades interconectadas que registran en el ínfimo territorio de sus cuerpos la políticas globales que quieren que decir “mujer” sea una sola, afín a su lógica de acumulación de capital, su lógica de negocios, su lógica de privilegios.
Las mujeres registramos las heridas en nuestra experiencia, sabemos de qué se trata la feminización de la pobreza, sabemos de qué se trata la brecha salarial, la precarización de nuestras vidas, sabemos lo que causa que nuestros cuerpos sean expropiados: cuando nos impiden abortar de manera segura, cuando se recortan nuestros derechos sexuales, cuando nos pretenden al servicio de los deseos de otros.
Contra toda esa distancia que no es sólo geográfica porque es bien distinto ser mujeres en el sur del continente que en el norte, la marcha de las mujeres en Washington y otras 616 ciudades alrededor del mundo hace sensibles sin dificultad los lazos: hermanas, compañeras en lucha, tomando la calles, poniéndose a la delantera, sin esperar ni un minuto para mostrar la fuerza de lo que ya no se tolera, ni la misoginia ni el racismo, ni la xenofobia ni pánico moral frente a quienes migran en busca de recursos, de otras derivas.
Hermanas y compañeras todas agitando una enorme marea que no se detiene, que da señales de fortaleza en todo el mundo, que se retrae sólo para volver, un inmenso tsunami de voluntades interconectadas que registran en el ínfimo territorio de sus cuerpos la políticas globales que quieren que decir “mujer” sea una sola, afín a su lógica de acumulación de capital, su lógica de negocios, su lógica de privilegios.
Las mujeres registramos las heridas en nuestra experiencia, sabemos de qué se trata la feminización de la pobreza, sabemos de qué se trata la brecha salarial, la precarización de nuestras vidas, sabemos lo que causa que nuestros cuerpos sean expropiados: cuando nos impiden abortar de manera segura, cuando se recortan nuestros derechos sexuales, cuando nos pretenden al servicio de los deseos de otros.
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