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quinta-feira, 19 de janeiro de 2017

Trotsky, Siqueiros y el estalinismo (en el centenario de la revolución de octubre)

Coyoacán, Ciudad de México. Contenida por las calles Viena, Morelos y Churubusco se levanta la casa en la que Trotsky buscó su último refugio y donde halló la muerte cuando sólo habían transcurrido tres años y medio de su exilio mexicano en enero de 1937. Ahora es una casa-museo de obligatoria visita, testimonio de uno de los episodios más tristes de la historia del siglo XX. Se aprecia rápidamente que en aquella casa reinaba la austeridad. Está claro que la riqueza de Trotsky era inmaterial, que residía en su cabeza, en su alma. El visitante aprecia también al instante, junto a la austeridad, un clima de orden y disciplina propio de una vida dedicada al trabajo. Trotsky resistía con su trabajo, resistía a la derrota personal y política. Pese a su vulnerabilidad y la amenaza constante de atentado contra su vida, es difícil imaginarlo viviendo con miedo en aquella casa. Se sabía condenado y trabajaba. Simplemente, trabajaba como el intelectual revolucionario que siempre fue. Claro que su drama era demasiado real, y un crimen surrealista terminó cumpliendo la orden firmada tiempo atrás: la de acabar con su vida. A la sazón, escribía una biografía de Stalin que desgraciadamente quedó inconclusa. El héroe revolucionario moría como víctima de la gran revolución que él mismo había dirigido: México, 21 de agosto de 1940. El criminal, un personaje insignificante, un tal Ramón Mercader, al que la historia registra sólo como asesino de Trotsky.

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