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quarta-feira, 25 de janeiro de 2017

El futuro como laberinto

Hemos ingresado en un escenario inestable, sin posibilidades de alcanzar metas de corto plazo ni de trazar proyecciones. La idea del futuro como autopista de alta velocidad, acaso como un oscuro y frío túnel que pese a su longitud tendría necesariamente una salida luminosa, una recompensa por el trabajo y su sacrificio denominada ya sea progreso, modernidad o desarrollo, tiene hoy más características de mito que de armazón ideológico. En algún momento tras la postmodernidad caímos en un pantano que ningún discurso, ni político ni histórico, ha conseguido secar. Esos relatos del capitalismo de última generación, de globalizadores tardíos y socialdemócratas conversos, se han estrellado con una realidad perfilada por los efectos catastróficos de sus construcciones utópicas.
El edificio neoliberal, consolidado tras la caída de los muros y socialismos hacia finales de los 80 del siglo pasado, ha sido una condición no sólo hegemónica, sino totalitaria. Un orden imbricado con las instituciones del Estado, que ha concentrado tras el capital todos los poderes reales, potenciales y posibles. En esta escena, inicialmente opaca y borrosa y hoy nítida en todas sus dimensiones, las contradicciones han llegado tal vez a levantar marcas históricas. El triunfo final del capital, de la riqueza en todos sus niveles y densidades, se apoya, como siempre, en el despojo masivo y extensivo, en la apropiación por desposesión.

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