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terça-feira, 2 de outubro de 2018

El cubismo en las llamas de la gran guerra

En julio de 1918, el crítico de arte Louis Vauxcelles (un hombre conservador que había bautizado, sin pretenderlo, al fauvismo y al cubismo) publica, firmando como “Pinturicchio”, en Le Carnet de la Semaine que dirigía Albert Dubarry, un artículo donde afirmaba que el cubismo estaba muriendo, tesis que recibió de inmediato el apoyo de Diego Rivera y de André Lhote, sostén relevante porque el mexicano era en ese momento uno de los cubistas más notables de París. El artículo era también un ataque en toda regla a Léonce Rosenberg, que se había convertido con su galería (transformada tras la guerra, en L’Effort Moderne) en guardián artístico y financiero del movimiento creado por Picasso. Poco después, en octubre, Le Corbusier y Ozenfant publican el manifiesto del purismo que, no por casualidad, se titula “Après le Cubisme”. La gran guerra continuaba la matanza en los frentes europeos, y nadie sabía cuándo iba a terminar, olvidados hacía muchos años los desfiles entusiastas de 1914. En vista del estancamiento de los frentes, ni siquiera podía sospecharse que, en unas semanas, Alemania iba a capitular, sin que muchas víctimas de la guerra pudieran verlo: Apollinaire, que había sido gravemente herido en la cabeza, muere (¡por la gripe!) dos días antes del armisticio.

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