Las autoridades europeas se equivocaron antes, durante y después de
la crisis de 2008 y se vuelven a equivocar ahora. Antes de que estallara
no fueron capaces de prever lo que se estaba gestando. En gran medida,
porque para ello tendrían que haber reconocido las fatales consecuencias
de sus propios errores previos. Entre otros:
Dejar que países como Alemania que acumulaban grandes superávit los dedicaran a financiar burbujas especulativas en la periferia europea.
No regular convenientemente la actividad bancaria y permitir las prácticas fraudulentas y peligrosas de la banca.
Establecer reglas de estabilidad presupuestaria equivocadas que en lugar de evitar los latigazos del ciclo económico los agudizan.
No corregir un diseño del euro concebido para beneficiar a los países centrales de Europa y a Alemania en particular y que, precisamente por ello, incrementa la divergencia y produce continua inestabilidad y rechazo social.
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