El mundo que llega parece condenado a moverse en el inquietante
laberinto que contiene, por un lado, el progreso hacia un orden
internacional multipolar que supere los años de plomo de una pax americana
llena de guerras y agresiones militares, y, por otro, la resistencia
estadounidense a perder la hegemonía, obstinación que agita las banderas
del desorden y puede encender una gran conflagración. Los problemas que
amenazan el futuro de la humanidad son muchos, pero los más graves, y
peligrosos, son la amenaza de quiebra ecológica, las armas nucleares y
la carrera de armamentos, y la desigualdad en el mundo. En ninguno de
esos problemas, Estados Unidos trabaja por alejar los riesgos: en el
primero, ha renunciado a los Acuerdos de París y hace oídos
sordos a la evidencia del desastre ecológico; en el segundo, está
destruyendo la estructura en que se basan los actuales convenios de
desarme nuclear; y, en el tercero, prosigue la alocada carrera de la
explotación y las guerras.
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