Si es que mi pronóstico es correcto, y no estamos enfrentando solamente a otro declive cíclico que prontamente superaremos, la cuestión que surge para los radicales es esta: ¿deberíamos darle la bienvenida a esta crisis del capitalismo europeo como una oportunidad para reemplazarlo por un mejor sistema? ¿o deberíamos estar preocupados respecto a como embarcarnos en una campaña para estabilizar al capitalismo europeo?
Para mí, la respuesta es clara. Es menos probable que la crisis europea de a luz a una mejor alternativa al capitalismo a que desate peligrosamente fuerzas regresivas que tienen la capacidad de ocasionar un baño de sangre humanitario, al mismo tiempo que extinguen las esperanzas para cualquier movimiento progresivo para las generaciones futuras.
Por este punto de vista he sido acusado, por bien intencionadas voces radicales, de ser “derrotista” y de intentar salvar lo indefendible del sistema socioeconómico europeo. Esta crítica, lo confieso, duele. Y duele porque contiene algo más que un núcleo de verdad.
Comparto la visión de que esta Unión Europea está tipificada por un largo déficit democrático que, en combinación con la negación de su defectuosa arquitectura de su unión monetaria, ha puesto a las personas de Europa en el camino a la recesión permanente. Y también cedo ante la crítica de que he hecho campaña para una agenda fundada en la suposición de que la izquierda estaba, y se mantiene, completamente derrotada. Lo confieso y preferiría estar promoviendo una agenda radical, la raison d’être de lo que es reemplazar el capitalismo europeo por un sistema diferente.
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