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sexta-feira, 20 de março de 2015

Una agenda para Europa

  • entre estabilidad y crecimiento;
  • entre estabilidad y estímulo;
  • entre el mortal abrazo de bancos insolventes con gobiernos insolventes y una admirable pero indefinida e indefinidamente aplazada Unión Bancaria;
  • entre el principio de las perfectamente separables deudas nacionales y la supuesta necesidad de persuadir a los países superavitarios para que financien al resto;
  • entre soberanía nacional y federalismo.
Esas alternativas falsamente diádicas encarcelan al pensamiento y paralizan a los gobiernos. Son responsables de una crisis de legitimación del proyecto europeo. Y nos hacen correr el riesgo de un déficit democrático en toda Europa, del que sólo pueden beneficiarse los nacionalistas, los populistas, los separatistas, los antieuropeos y, sí, los nazis, como nuestra Alba Dorada."
Los deberes ministeriales me han impedido últimamente la actividad blogera. Rompo hoy mi silencio, porque acabo de dar una conferencia en que se combina mi anterior trabajo académico y mis actuales tareas como ministro. Lo que sigue es el texto de la charla que dí en la Ambrosetti Conference, celebrada en el Lago Como el pasado 14 de marzo, sobre el tema "Una Agenda para Europa". Mis habituales lectores reconocerán sin dificultades el tema capital: ¡testimonio de cierta continuidad! .— Y.V.  
En marzo de 1971, cuando Europa se preparaba para responder al shock de Nixon y a divisar un plan de unión monetaria más cercano al patrón oro que al sistema de Bretton Woods que se estaba deshaciendo, el economista de Cambridge Nicholas Kaldor escribió lo que sigue en un artículo publicado en The New Statesman:  
"… es un error peligroso creer que la unión monetaria y económica puede preceder a la unión política, o que puede actuar –según la formulación del informe Werner— "a modo de palanca facilitadora de una unión política que, a largo plazo, resultará imprescindible". Porque si la creación de una unión monetaria y de un control comunitario de los presupuestos nacionales genera presiones que llevan a la ruptura del conjunto del sistema, lo que hará, lejos de promoverla, será precisamente dificultar la unión política."
Desgraciadamente, la lúcida advertencia de Kaldor fue ignorada, y lo que se impuso fue un optimismo emocional que sugería que la unión monetaria forjaría vínculos más estrechos entre las naciones europeas, en la idea de que, tras alguna crisis importante del sector financiero (como la de 2008), los dirigentes europeos se verían obligados por las circunstancias a proceder a la siempre imprescindible unión política.
De modo que, en una época en la que Norteamérica estaba reciclando los excedentes de otras naciones a escala mundial, en el núcleo de Europa se creaba una especie de patrón oro que terminó generando una gigantesca ola de capital en flujo hacia Wall Street, alimentándose así la financiarización de la economía y la creación privada a gran escala de dinero. Con Francia y Alemania ávidas de entusiasta colaboración.

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