COVID-19, la enfermedad provocada por el coronavirus SARS-CoV-2, el
segundo virus causante del síndrome agudo respiratorio severo desde
2002, ya es oficialmente una pandemia. A finales de marzo, ciudades
enteras están confinadas y los hospitales, uno tras otro, se colapsan
debido a la avalancha de pacientes.
China,
con su brote inicial en fase descendente, respira ahora con alivio.1 Corea
del Sur y Singapur también. Europa, especialmente Italia y España, pero cada
vez más países, ya sienten el peso de las muertes en esta fase temprana del
brote. América Latina y África comienzan ahora a acumular contagios, y algunos
países se preparan mejor que otros. En EE UU, un país líder aunque solo sea por
ser el más rico de la historia universal, el futuro próximo se ve desolador. No
se prevé que el brote alcance su pico en EE UU hasta mayo y el personal médico
y auxiliar ya pugna por el acceso a los escasos suministros de equipos de
protección personal.2 Las enfermeras, a las que los Centros
para el Control y Protección de Enfermedades (CDC) recomendaron de manera
indignante usar pañuelos y bufandas como mascarillas, ya han declarado que “el
sistema está condenado”.3
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