«Dicho y hecho», así es como reaccionaba la vecina de abajo de casa en
cuanto le dijeron que tenían que hacer unas mascarillas para el hospital
del pueblo. Un grupo de aparadoras de calzado -las mujeres que cosen la
piel para hacer los zapatos que todos llevamos- se pusieron manos a la
obra, y en dos días tenían hechas un montón de máscaras. Así de rápido y
así de sencillo. Un par de semanas después, otro grupo de mujeres, otra
vez aparadoras de calzado, hacían lo mismo en el pueblo de al lado. Son
las mismas mujeres que de forma invisible trabajan día y noche para
hacer zapatos. Esas mujeres son justamente las que trabajan en economía
sumergida. Ahora, sin embargo, alguien quiere que las veamos. Sucede
que, cuando trabajan haciendo zapatos, esas mujeres son invisibles; la
mayoría de gente las ignora, no las ve. En cambio, ahora, cuando
trabajan haciendo mascarillas, todo el mundo reconoce que son ellas las
que las hacen. Se habla de la gran solidaridad de las aparadoras hacia
su pueblo para hacer mascarillas. Ahora son visibles, solidarias y
generosas porque no hacen zapatos sino máscaras. ¡Ay, ay!, esta pandemia
está descubriéndonos más de una invisibilidad, más de una hipocresía,
más de una verdad que no queremos ver.
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