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quinta-feira, 10 de março de 2016

Europa no sólo naufraga en el Mediterráneo

Quienes desde hace meses intentan llegar a Europa a la desesperada huyendo de guerras y hambre llaman al Mediterráneo “el paraíso”, por la cantidad de gente que muere intentando atravesarlo y porque, cuando lo atraviesas, piensas que estás en el infierno y que lo único que te queda es llegar al paraíso.
La falta de voluntad política por aportar soluciones al drama migratorio se muestra con especial crueldad en el Mediterráneo, especialmente en la ruta que separa la costa turca de las islas griegas. La que supuestamente es la zona más vigilada del mundo en estos momentos se ha cobrado 418 muertes en lo que llevamos de año. ¿Tanta vigilancia y ningún faro que ilumine, ninguna mano que rescate? Pero lejos de los focos de las costas, la tragedia no se atenúa.
Pero estas muertes no son fortuitas, sino el producto del racismo de unas políticas que alimentan a las mafias que trafican con personas en vez de habilitar un paso humanitario y seguro para aquellos y aquellas que huyen del terror.
Diariamente familias enteras se agolpan en el embudo humano en que se ha convertido Idomine, en la frontera entre Grecia y Macedonia. Como consecuencia del cierre escalonado de la conocida como “ruta de los Balcanes occidentales”, el norte de Grecia es hoy un inmenso e improvisado campamento de refugiados. En la otra punta del continente, Calais alberga el mayor campo de refugiados de toda Francia, conocido como La Selva, desde donde escribo estas líneas. Hace una semana que los antidisturbios franceses derriban precarias instalaciones y viviendas improvisadas, desalojando así a unos 6.000 migrantes sin ofrecerles alternativa de realojo alguna. La mayoría de ellos se han desplazado a un improvisado campamento a las afueras de la ciudad de Dunkerque, vecina de Calais, lo que ha motivado el cierre de la frontera belga por temor a que terminen llegando a su territorio.

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