Pocos dirigentes árabes querrían hoy que les compararan con el 
coronel Muamar Gadafi, el dictador libio que tuvo tan espantoso final. 
Menos aún aspirarían a tal comparación citando las palabras pronunciadas
 por Gadafi desde las ruinas de un edificio destruido por ataques aéreos
 estadounidenses en 1986.
 Gadafi utilizó ese escenario para atacar a la revolución libia un mes después de que se iniciara: “¿Quién os creéis que sois?”, gritó.
 Sus palabras han pasado a la historia. Expresan la rabia e 
incomprensión de un dictador que ve desaparecer su poder. ¿Qué fue lo 
que sintió el presidente de Egipto Abdel Fatah al-Sisi para echar mano 
de ellas en un discurso pronunciado la pasada semana?
 “¿Quién os
 creéis que sois? Nadie puede acercarse a Egipto… Juro en nombre de Dios
 Todopoderoso que haré desaparecer de la faz de la tierra a quien se 
acerque a Egipto.”
 Sisi añadió bastantes cosas más a esas 
palabras: que sólo él sabía lo que estaba haciendo, que cada egipcio que
 se despierte cada día debería donar una libra egipcia al gobierno; que 
si él, Sisi, pudiera ponerse en venta, se vendería a sí mismo
 por el bien de Egipto; que era demasiado pronto para la democracia; y 
que los egipcios no deberían escuchar a nadie más que a él.
 Sisi
 gritó: “¡Por favor, no hagáis caso de nadie más que de mí! ¡Estoy 
hablando muy en serio! ¡No escuchéis a nadie más que a mí!”
 
Instantes de risa histérica, diatribas contra su propio gobierno y 
lágrimas de aflicción interrumpieron su discurso. Es difícil imaginar 
que un presidente egipcio monte ese espectáculo en el momento de lanzar 
un proyecto titulado “La estrategia de Egipto para un desarrollo 
sostenido… Visión de Egipto en 2030”. Las redes sociales hicieron mofa de él de inmediato.
 El discurso no fue el primero en crear dudas en sus partidarios acerca 
de su capacidad de discernimiento. En videoconferencia, Sisi exigió a 
los egipcios que se apretaran el cinturón cuando inauguraba una serie de
 proyectos de desarrollo en varios gobernorados. Y manifestó que los 
subsidios al agua cuestan 40 millones de libras egipcias al día, una 
carga que el Estado no puede seguir soportando ya.
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