Uno de los aspectos más peligrosos y frustrantes del fascismo -dirigido por sus gobernantes elegidos- de los que debe
hacerse cargo la opinión pública judía-israelí es la forma en que se
alimenta cada cosa que sucede aquí. Casi cada noticia empuja hacia
adelante este proceso, incluso sucesos que deberían servir como señales
de advertencia.
Tomemos, por ejemplo, los comentarios de Netanyahu sobre el Mufti.
Sobre el papel parecía un loco deslizamiento de la lengua de un líder
que ya no puede distinguir entre la realidad y la imaginación y está
dispuesto a torcer uno de los capítulos más oscuros de la historia de su
pueblo para obtener beneficios políticos. Pero Netanyahu sabía
exactamente lo que estaba haciendo: en la realidad israelí la
comparación de los palestinos con los nazis (y echar la culpa del
Holocausto a los palestinos en lugar de a los nazis) funciona. Netanyahu
sabe que una vez que el ruido se apague
habrá convencido a una buena parte de la población de que los
palestinos fueron responsables del Holocausto, que ellos fueron los que
incitaron a Hitler a masacrar a los judíos. Sabe que en la situación
actual de lanzar toda la suciedad a los palestinos -no importa la falta
de fundamento- algo quedará pegado. El público podría levantarse contra
las mentiras, pero en cambio las interioriza.
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