Hace unos días, y en un raro momento de
síntesis fulminante, la destituida presidenta Dilma Rousseff se refirió a
su sucesor, Michel Temer, diciendo que “es mucho menor que el país”.
Eso queda claro a cada día: Temer carece de estatura política, ética y
moral para ocupar la presidencia. No tiene otra iniciativa política que
la de tratar de contemporizar con sus aliados, no tiene liderazgo
alguno, no tiene otra propuesta para sacar el país de la más profunda
crisis en décadas que un palabreado monótono y vacío. Frente al
gigantesco tamaño de los problemas que sacuden los cimientos de sus
instituciones, Brasil tiene a un pigmeo en el sillón presidencial.
Al borde de cumplir siete meses, el gobierno que Temer encabeza no
logró la tan soñada y sonada legitimidad. Las manifestaciones callejeras
lo demuestran, tan bien como el ínfimo respeto de la comunidad
internacional. El equipo económico, recibido por los apoyadores del
golpe institucional como la panacea, no presentó otra propuesta que
disminuir el Estado a un piso mínimo. El tan anunciado retorno de las
inversiones, el tan proclamado impulso de la confianza, quedaron
colgados entre dos nubes: la de mentira y la de la farsa.
Dando claras muestras de que promesas fútiles son la nueva moda
regional, Temer prometía la remontada de la economía para el segundo
semestre. Bueno: el segundo semestre llega a su fin dejando como legado
un escenario de desolación. ¿Y qué hace Temer? Insiste en la copia de la
copia: ahora, anuncia que la remontada se dará en el segundo semestre,
pero del año que viene. Una vez más, o miente, o sus relaciones con la
realidad están deterioradas de manera irremediable. Por esos días fueron
divulgados algunos índices oficiales de la calamitosa situación
económica. En el tercer trimestre del año, el PIB retrocedió 0,8 por
ciento. No hubo ningún segmento de la economía que no haya generado
índices negativos: el agropecuario, -1,4 por ciento; la industria, -1,3;
servicios, - 0,6 por ciento. Este año, la venta de vehículos bajó 21
por ciento. La de máquinas y equipos industriales, 26 por ciento.
En comparación con el tercer trimestre de 2015, cuando la crisis
política impedía a la entonces presidenta Dilma Rousseff encontrar
salidas viables, la caída del PIB ha sido de 2,9 por ciento.
Ya se prevé que este año el PIB retrocederá por lo menos 3,5 por
ciento. Y las proyecciones para el año que viene bajaron a quizá
–¡quizá!– 0,5 por ciento. Al contrario de lo anunciado eufóricamente por
Temer al asumir como presidente interino, en mayo, y luego efectivo, en
septiembre, se registró una caída brutal en las inversiones y también
en el consumo. Entre enero, cuando el golpe ya estaba en marcha, y fines
de septiembre, el sector de la construcción cerró 441 mil plazas
laborales. Economistas aliados a los mentores del golpe ya advierten que
Brasil corre el riesgo concreto de dejar la recesión para entrar en un
estado de depresión económica.
Esos datos, oficiales y asustadores, muestran los nuevos resultados
del golpe institucional. La inestabilidad política, el creciente rumor
de que Michel Temer no se quedará por mucho tiempo en el palacio
presidencial, los conflictos cada vez más abiertos entre el Congreso y
el Poder Judicial, el avance de las investigaciones que generan
denuncias que cercan al gobierno cada vez más, tienen sus reflejos
inmediatos en el mercado financiero.
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