Había mayoría saharaui entre las 28 personas que iban a bordo de la patera que encalló el pasado enero en Lanzarote.
 Todos eran hombres. Algunos llevaban, recuerdan, casi un mes encerrados
 en la casa que la red les había preparado para que esperaran al día del
 viaje. No ocultan que tenían miedo. Se animaban unos a otros, deseaban 
marcharse en busca de una nueva vida. Cuentan que huían de detenciones, 
de la cárcel, de "torturas", de vivir bajo las normas del enemigo, del 
paro, de la nada.
El 13 de enero, dejaron la tierra a la espalda y
 se adentraron en el negro Océano Atlántico que a tantos otros se ha 
tragado. El viaje, de unos 200 kilómetros, fue un infierno. Siete de 
ellos murieron. Todos eran saharahuis, según los supervivientes.
Varios
 ya tienen fuerza para hablar. Hace poco que han salido del Centro de 
Internamiento de Extranjeros (CIE) de Hoya Fría, en Tenerife, y les han 
aceptado la solicitud de asilo. Ya habían manifestado que deseaban 
pedirlo tras pisar tierra firme, antes de que la Policía española 
permitiera la visita del cónsul de Marruecos, país del que huían, lo que
 contraviene la normativa de asilo,  tal y como adelantó eldiario.es. 
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