Rosa Jensen, que fue vicepresidenta del tribunal de Utrecht,
aseguraba hace años que asistíamos al nacimiento de una enorme
corrupción supranacional. Y el investigador financiero Denis Robert
asegura que hablar hoy de corrupción sin ir más allá es quedarse corto,
porque es el mismo sistema económico, el capitalismo financiarizado, el
que está viciado de raíz.
Prueba de la extensión de la corrupción
es que incluso corrompe su propia definición. La entidad más conocida
contra la corrupción, Transparency International, se queda corta al
definirla. Corrupción sería solo el abuso de un poder público con fines
privados. Pero olvida (no de modo inocente) que, además de funcionarios
públicos y políticos al servicio del Estado corruptos, los
imprescindibles corruptores al otro lado de la ecuación son privados. Si
hay corrupción en África, sudeste asiático y América Latina, por citar
tres zonas con fama de gran corrupción, es porque en Estados Unidos,
Canadá y la Unión Europea hay grandes empresas, presidentes de consejos
de administración y consejeros delegados, grandes fortunas y
corporaciones que quieren corromper a funcionarios públicos para obtener
beneficios ilícitos. Para que haya corrompidos ha de haber corruptores.
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