Hace unos días recordé cuando mi hijo era pequeño. En ese tiempo, él
estaba aterrorizado por los payasos. Algo relacionado con lo extraño de
su cara pintada –como si fuera una máscara– le turbaba completamente, le
estremecía hasta los huesos. Para el resto de la familia, eran cómicos,
pero para él –o de algún modo llegué a imaginarlo– eran emanaciones del
infierno.
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