La verborrea incesante de los observadores sobre los caprichos de
Trump, la letanía mediática con respecto a su «imprevisibilidad» y su
«inexperiencia», la focalización permanente en su afición al
fanfarroneo, cuando no la franca especulación sobre su salud mental
(como si el ganador de unas elecciones presidenciales pudiera ser un
«retrasado mental»). En resumen, el parloteo que caracteriza la
«trumpología» ordinaria presenta un gran inconveniente: impide a sus
autores dedicarse a un auténtico análisis político.
La
peculiaridad repetitiva de los comentarios dominantes, esa psicología de
barra de bar, solo deja ver en la política de Trump, a lo sumo, un
tejido de incoherencias, un batiburrillo sin sentido que únicamente
permite detectar, en el peor de los casos, una deriva suicida, como si
Estados Unidos se precipitase hacia el abismo conducido por un capitán
al que se le fundieron los plomos.
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