En el juego que envuelve a un Estado entre la “fuerza y el consenso”,
Egipto va hacia un recreo electoral donde se prevé el triunfo del actual
presidente Abdel Fatah al-Sisi, quien el viernes 20 de enero inscribió
su candidatura de manera oficial. Con ello, pretenderá legitimarse ante
la población que gobierna y el resto de países soberanos.
Serán
elecciones de carácter general para elegir al titular del ejecutivo y se
tienen previstas para los días 26, 27 y 28 de marzo de 2018 y, en caso
de haberla, una segunda vuelta el 24, el 25 y el 26 de abril si es
necesario un tercer día. Una vez efectuada la votación, la Autoridad
Nacional Electoral dará a conocer los resultados el 1 de mayo.
Egipto llega a estos comicios bajo la sombra de un autoritarismo
regenerado: más violento, más sangriento y más limitante, donde ha sido
capaza de frenar cualquier oposición al régimen militar. La oposición
organizada está prácticamente menguada. Los miembros de los Hermanos
Musulmanes, organización que este año cumple 90 años de existencia, han
sido los primeros en ser víctimas de este acoso gubernamental hechos
prisionero u obligados a salir del país. Cabe recordar que el presidente
llegó a serlo sólo mediante un Golpe de Estado en 2013 contra el primer
presidente elegido mediante la vía electoral, tras las revueltas
populares de 2011, Mohammed Mursi. A pesar de esto y su amplia base
social, están catalogados como una “organización terrorista”, fueron
sometidos a la ilegalidad –nuevamente- y la dureza va en incremento.
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