Aunque el sistema del “mercenariato” data de tiempos inmemoriales ha
sido en el último siglo, en particular a partir de la aparición del
yihadismo, cuando el beneficio, fundamentalmente económico, que recibían
los luchadores que participaban en los conflictos bélicos, ha cambiado
radicalmente de sentido.
Ese tradicional sistema cuya
existencia ya habían puesto en práctica los persas unos 500 años A.C.
cuando Jerjes, rey de Persia invadió Grecia o cuando poco tiempo más
tarde Ciro el Joven contrataba mercenarios griegos (los “diez mil” del
Anabasis) para derrocar del trono de aquel mismo país a su hermano, para
seguir luego a través de toda la historia, con los “condottieri” en las
ciudades-estado, con los caballeros cristianos como el Cid Campeador en
el Andaluz que ponían sus armas al servicio de los gobernantes de turno
no siempre por motivos ideológicos o religiosos sino como forma de
subsistencia y de ascenso social. Hasta el mismo Santo Tomás Moro
abogaba en su tiempo por el uso preferencial de mercenarios en las
contingencias bélicas en el lugar de los simples ciudadanos.
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