Uno puede arremeter contra el primer ministro tanto como se quiera, se 
lo merece. Pero al final uno debe recordar: no es Benjamin Netanyahu, es
 la nación. Al menos la mayor parte de la nación. Todas las 
manifestaciones del mal en los últimos días y toda la locura fueron 
diseñadas para satisfacer los deseos más mezquinos y los instintos más 
oscuros que albergan los israelíes. Los israelíes querían sangre en 
Gaza, tanta como fuera posible, y deportaciones de Tel Aviv, tantas como
 fueran posibles. No hay forma de adornarlo, uno no debe enturbiar los 
hechos. Netanyahu, débil, patético, malvado o cínico, fue impulsado por 
un motivo: complacer a los israelíes y cumplir sus deseos. Y lo que 
ellos querían era sangre y deportación. 
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