Lo mismo hizo Barak Obama (a pesar de su aparente oposición a los asentamientos judíos),
 calificando de “defensa propia” a la masacre de 2.205 palestinos, entre
 ellos cerca de 400 niños y niñas, cometida por Israel en el verano del 
2014.
El amor cuasi religioso que hoy profesa EE.UU. a 
Israel no se debe a su preocupación por la seguridad de su amado, ni por
 ser el refugio de una minoría oprimida, sino a varios factores unidos a
 una única verdad absoluta: los intereses estratégicos de la propia 
superpotencia.
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