Hace mucho tiempo que la grandeza y la decadencia de los imperios
están en el centro mismo de la historia. Desde que los europeos hicieron
su primera salida –en el siglo XV– de lo que más tarde sería una zona
marginal en sus barcos de vela hechos de madera y dotados de cañones,
pocas veces en el mundo ha habido un momento en el que varias potencias
imperiales no estuviesen contendiendo por la supremacía. En 1945, el
número de esas potencias quedó reducido a dos; después, cuando la elite
de Washington imaginó fugazmente que sería para siempre, a una. En estos
momentos, como el historiador Alfred W. McCoy, autor de In the Shadows of the American Century: The Rise and Decline of U.S. Global Power (En
las sombras del siglo estadounidense: grandeza y decadencia de la
potencia mundial Estados Unidos), describe hoy en su vívido estilo, da
la impresión de que estamos regresando a una actualizada versión
imperial de los enfrentamientos navales que dieron comienzo a la
historia moderna hace tantos años. Estados Unidos, China y, más
modestamente, Rusia, están fortaleciendo su presencia en el mar en una
forma cada día más desafiante.
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