Pintar las puertas de sus casas de rojo, obligarlos a llevar pulseras rojas si
 quieren recibir tres raciones de comida al día, requisarles dinero y 
joyas, confinarlos en campos, apartarlos con vallas y alambradas, 
expulsarlos, deportarlos, dejarlos morir por miles en su periplo 
desesperado… ¿Alemania, años 30 y 40? No. Europa, 2016. No hay día que 
pase sin que una nueva medida, ley o política en materia de refugiados 
se apruebe en algún país de la Unión Europea, pero pocas de ellas están 
destinadas a mejorar la acogida, aplicar la legislación internacional o 
evitar las muertes en el mar, que en los primeros 31 días del año se 
elevan ya a 309 personas –cerca de 4.000 en 2015–, según datos 
oficiales.
Si el escándalo levantado en Reino Unido a finales de 
enero ha obligado a las dos contratas que se encargaban del alojamiento y
 alimentación de los refugiados en las ciudades de Middlesbrough y 
Cardiff a anunciar que dejarán de “marcar” a estas personas con puertas 
rojas en sus viviendas y con pulseras rojas, respectivamente, otros 
países se apresuran a aplicar medidas que siguen levantando inevitables 
comparaciones con el pasado. El 26 de enero, el Parlamento de Dinamarca
 aprobaba, con los votos de los liberales en el Gobierno, los 
socialdemócratas de la oposición y dos pequeños partidos de extrema 
derecha, la ley que le permitirá despojar a los refugiados de 
todo su dinero y “joyas sin valor sentimental” que superen unos 
iniciales 1.340 euros. Antes de Dinamarca, ya hacía algo parecido Suiza,
 que se limita al efectivo. Y los länder alemanes de Baviera y 
Baden-Württemberg: el primero, gobernado por los social-cristianos; el
 segundo, por socialdemócratas y verdes, pueden quedarse con el dinero y
 bienes de los refugiados que superen los 750 o los 350 euros, 
respectivamente.
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