Estaba
en la región del Kurdistán iraquí cuando la COVID-19 golpeaba con
fuerza al mundo en marzo de este año. De repente, todos los
aeropuertos, las carreteras entre las ciudades iraquíes y la vida
misma se cerraron en Iraq y en otros muchos países. Mientras
visitaba a mis familiares en la ciudad de Duhok se impuso un toque de
queda estricto que fue extendiéndose a lo largo de dos semanas sin
que pudiera apreciarse un final a la vista. Decidí mantener la calma
y conservar el equilibrio. Después de todo lo que he experimentado
en Iraq a lo largo de los años, casi ningún desastre puede cogerme
por sorpresa, pensé. A estas alturas, ni siquiera la misma muerte
tendrá el placer de pillarme desprevenido.
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