Hay momentos en la historia de una nación que quedan congelados para
siempre. Tal vez no sean las peores catástrofes que han abrumado a su
gente, ni las más políticas. Sin embargo, capturan la interminable
tragedia de una sociedad.
Viene a la mente Pompeya, cuando la confianza y corrupción imperial
de Roma fueron abatidas por un acto de Dios, tan calamitoso que a partir
de allí podemos contemplar la ruina de los ciudadanos, incluso sus
cuerpos. Se necesita una imagen, algo que pueda enfocar nuestra atención
por un breve segundo en la locura que yace detrás de una calamidad
humana. Líbano acaba de proporcionarnos un momento así.
Sem comentários:
Enviar um comentário