La gente corriente no alcanzamos a ver la magnitud del
desastre del millón de empleos perdidos en el segundo trimestre del 2020 en
nuestro país. Una cifra nunca vista en un tiempo récord de poco más de 2 meses.
La paralización de la actividad económica producida por las medidas adoptadas
contra la extensión de la pandemia ha caído como un huracán en la ya muy
maltrecha economía del país cuyo PIB ha dependido durante las últimas décadas
de sectores tan vulnerables a las circunstancias económicas externas como son
el turismo, la construcción y infraestructuras pagadas con deuda del Estado.
Sin colchón financiero y viviendo al día desde hace
una década, muchos hogares han visto de golpe como las pocas entradas de dinero
en la economía informal desaparecían a lo que se han sumado los cierres
patronales por inactividad o los expedientes temporales o ERTE. El resultado ha
sido un descenso brusco del consumo centrado en lo imprescindible que la Banca
ha certificado por la caída de las retiradas de efectivo y de las operaciones
comerciales de tarjetas de crédito. Para ver las múltiples caras del desastre
basta ver las calles de Barcelona sin turistas o la reducción sistémica del
consumo de combustibles responsables del desastre climático.
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