Una alarma, tan pusilánime como hipócrita recorre el
reino de España y nos aburren en los medios de comunicación
oficialoides de régimen, como corresponde a la bien estudiada
transición del 78 que, para algo su majestad Juan Carlos I juró.
Al igual que juró defender los principios fundamentales del
movimiento y de la dictadura por la que fue nombrado y de la que fue su
digno sucesor, defensor y muy bien pagado por ello.
Ahora
resulta que después de las tropelías que el monarca lleva cometiendo
desde entonces se le ocurre anunciar su fuga a no se sabe dónde, dicho
todo ello en clave de presunto o de investigado porque no ha sido
juzgado –ni parece que vaya a serlo- mientras que las autoridades
correspondientes no solo miran para otro lado si no que lo justifican y
hasta lo aplauden (como si ello fuera un problema menos), aparte de que
se va de rositas.
Así
las cosas, algunos, muchos, no dicen ni mu, les va el rollo y tira que
libras, es decir, son cómplices al ciento por cien, lo son desde el
primer al último de los diputados, senadores, poder judicial y, por
supuesto, el Gobierno en pleno. Todos ellos y los anteriores, porque las
fechorías y los botellones reales vienen de lejos. Seguramente no hay
año en el que su majestad no haya estado metido en algún escándalo o en
unos cuantos cada año. Pero nada, todo sea por el régimen, por la
monarquía que tan bien les va a algunos, este es el problema para muchos
y el chollo para otros, para unos pocos, para los de siempre.
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