Hungría está en peligro mortal y su supervivencia determinará el
futuro de nuestro maltrecho continente. Este fin de semana, el principal
diario de la oposición —imagínense un Guardian húngaro— fue
cerrado por sus propietarios tras seis décadas de existencia. Su archivo
digital desapareció de la red; se dejó a sus trabajadores fuera de la
oficina y no fueron capaces de acceder a sus correos.
Públicamente
se ha presentado como una decisión comercial: en la cada vez más
represiva sociedad húngara, existe un cinismo generalizado sobre tal
argumento. Era un periódico que osó desafiar al gobierno, ya fuese en
cuestiones políticas, de corrupción o por sus ataques contra la
democracia.
El autoritarismo populista de derechas está barriendo
el mundo occidental: Hungría es un ejemplo destacado. Todos sabemos que
la historia ha dado un giro después de la crisis financiera de 2008:
estamos empezando a ver lo afilado de ese giro. Desde el movimiento
independentista escocés a Podemos en España, de Donald Trump al Frente
Nacional de Francia y la extrema derecha de Hungría, del ascenso de
Bernie Sanders y Jeremy Corbyn a Syriza en Grecia: acaba de empezar una
lucha dolorosa por el futuro de Occidente.
El primer ministro
húngaro, Viktor Orbán —cuyo partido derechista alcanzó el poder en 2010—
lo reconoce. Su principal lección de 2008 es que “los Estados
democráticos liberales no pueden seguir siendo globalmente
competitivos”. Orbán ha comprometido su gobierno a la construcción de
una “democracia no liberal”, y está cumpliendo su palabra.
Otros tienen descripciones más duras. El disidente húngaro Gáspar Miklós Tamás acusa al gobierno de “mearse en el status quo liberal” en favor del “posfascismo”.
El
poeta húngaro-británico George Szirtes lo sabe todo sobre represión. Su
madre era fotógrafa, su padre, un alto funcionario ministerial y ambos
huyeron después de que la Unión Soviética machacase la revolución
húngara en 1956. “La democracia húngara está en peligro”, me contó. “Nos
dirigimos hacia una situación putiniana”. Como indica Lydia
Gall, de Human Rights Watch: “Lo que hemos visto en los últimos seis
años es, básicamente, un deterioro continuado del Estado de derecho y de
la protección de derechos humanos”.
En 2010 y 2011, Hungría
aprobó una serie de leyes que fueron condenadas por Amnistía
Internacional como “amenaza al derecho a la libertad de expresión”. Los
medios de comunicación húngaros debían registrarse ante una autoridad
nacional. La emisora Klubrádió —crítica con el gobierno— se convirtió en
una de sus víctimas. A finales de 2011, las autoridades decidieron no
conceder la licencia de emisión a Klubrádió, forzándola a una larga
batalla, aunque finalmente ganó la emisora.
Este gobierno
autoritario ha modificado la Constitución en varias ocasiones: un cambio
estableció discriminación contra la comunidad LGTB definiendo la
familia como una unidad “basada en el matrimonio de un hombre y una
mujer, o una relación por línea de sangre o tutela”. De hecho, a
principios de este año, Hungría bloqueó un acuerdo europeo para prevenir
la discriminación contra la comunidad LGTB.
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