Cuando ha llegado el día que casi nadie esperaba ver, son pocas las cosas que podemos decir con certeza.
Una
de ellas es que la presidencia de Hillary Clinton habría sido un
desastre para quienes apoyan la lucha del pueblo palestino por sus
derechos.
Su fallida campaña la presentaba como la sucesora
natural del presidente Obama, el demócrata que acaba de entregar a
Israel –sin condiciones– el mayor paquete de ayuda militar de la
historia.
Durante la campaña por las primarias del Partido
Demócrata, Clinton se ‘vendió’ a sí misma como la aliada de la línea
dura más beligerante y violenta del primer ministro israelí Benjamin
Netanyahu contra el pueblo palestino.
Ella prometió que haría del
bloqueo a la acción no violenta del movimiento BDS por el boicot, la
desinversión y la sanciones [a Israel] conducido por los palestinos una
prioridad de su futura administración.
Ella se superó a sí misma
haciendo campaña contra los pronunciamientos más moderados en relación
con la necesidad de que Israel rinda cuentas de sus acciones. Entre
otras cosas, la primavera pasada solicitó directamente a los integrantes
de su Iglesia Metodista Unida que votaran en contra de la desinversión a
las empresas que ayuden y se beneficien de la ocupación israelí.
Clinton
manifestó ser una extremista anti-Palestina en un momento en que las
propias bases del Partido Demócrata se mostraban más dispuestas que
nunca a abrazar la causa de los derechos de los palestinos.
Su
apoyo a ultranza a Israel es apenas una más de las muchas formas en que
ella y los responsables de su partido se plegaban a los deseos de los
donantes y se revelaban como desconectados de importantes segmentos de
la población del país cuyo apoyo daban por descontado.
Pero Hillary Clinton no será presidenta.
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