Con Trump de presidente, ¿se acaba el experimento estadounidense?
Lo único que se puede decir de los imperios es que, en su culminación
–o en las cercanías de ella– siempre representaron tanto un principio de
orden como de dominación. Por lo tanto, he aquí lo desconcertante de la
versión estadounidense de un imperio en los tiempos en que se decía que
este país era “la única superpotencia”, cuando estaba destinando más
dinero a sus fuerzas armadas que el conjunto de las 10 naciones que le
seguían en el mundo en relación con los gastos militares: ha sido un
imperio del caos.
En septiembre de 2002, Amr Moussa, por
entonces secretario general de la Liga Árabe, hizo una advertencia que
nunca he olvidado. La intención de la administración Bush de invadir
Irak y derrocar a su gobernante, Saddam Hussein, ya era del todo
evidente. De dar ese paso, insistía Moussa, se “abrirán las puertas del
infierno”. Su presagio pasó a ser cualquier cosa menos una hipérbole, y
las puertas no volvieron a cerrarse nunca.
Las guerras en casa
De hecho, desde el comienzo de la invasión de Afganistán, en octubre de
2001, todo lo que tocaron las fuerzas armadas de Estados Unidos en
estos años se ha convertido en polvo. Varios países del Gran Oriente
Medio y África se han venido abajo agobiados por el peso de la
intervención estadounidense o la de sus aliados, y los movimientos
terroristas –unos más nefastos que otros– se diseminaron notable e
incontroladamente. En estos momentos, Afganistán es una zona de
desastre; un Yemen, atormentado por la guerra civil, una brutal campaña
de bombardeo aéreo de la fuerza aérea Saudí –respaldada por Estados
Unidos– y las acciones de grupos terroristas cada vez más activos,
prácticamente ha dejado de existir; de Irak lo menos que se puede decir
es que ahora es un país desgarrado por las luchas sectarias; Siria, casi
no existe; en estos días, Libia ya no es una nación; y Somalia es un
agrupamiento de feudos y movimientos terroristas. En conjunto, para la
más poderosa potencia del planeta, que en una actuación muy poco
imperial, haya sido incapaz de imponer su superioridad militar o algún
tipo de orden a cualquier país o grupo –esté donde esté el sitio que
haya elegido para actuar– en todo este tiempo, se trata de todo un
récord. Resulta difícil recordar un antecedente histórico de esto.
Mientras tanto, desde los destrozados territorios del imperio del caos,
fluyen las oleadas de millones de refugiados, algo que no se veía desde
el final de la Segunda Guerra Mundial en vastas porciones de la Tierra
que habían sido convertidas en cascotes. Una sorprendente proporción de
la población –incluyendo muchísimos niños– de varios países fracasados o
a punto de serlo se ha visto obligada al exilio interno o ha sido
forzada a cruzar fronteras para huir y, desde Afganistan hasta el norte
de África o Europa, está sacudiendo el planeta y provocando desasosiego
(mientras, aquí, fantasiosas versiones de fabricación local agitan las
elecciones estadounidenses).
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