El 4 de diciembre de 2017 los rebeldes hutis de Yemen mataron a Ali
Abdallah Saleh, su antiguo aliado y expresidente del país. Fue un revés
espectacular: parte del ejército nacional leal a Saleh había luchado
durante casi tres años junto con los hutis en la actual guerra civil de
Yemen. Pero poco antes de su muerte Saleh se había vuelto contra los
hutis al haber iniciado un acercamiento a sus oponentes, el gobierno
yemení en el exilio encabezado por el presidente Abd Rabbu Mansour Hadi y
sus aliados de las ricas monarquías del Golfo Arábigo, sobre todo
Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. En unas declaraciones
emitidas el 3 de diciembre por el canal satélite financiado por los
saudíes Saleh acusó a los hutis de “imprudencia” intolerable. Si los
saudíes y emiratíes levantaran el bloqueo a Yemen, añadió, entonces
“pasaremos página”. Al día siguiente Saleh fue asesinado.
La
relación de Saleh con los hutis es mucho más compleja de lo que podría
sugerir este último episodio. Hasta que Saleh fue destituido a finales
de 2011 fue su régimen el que se enfrentó a los hutis en seis rondas de
combate que empezaron en 2004. Pero otro legado de las guerras de la
década de 2000 es particularmente importante debido a la influencia que
tiene a la hora de entender globalmente el actual y catastrófico
conflicto de Yemen: la invención por parte del régimen de Saleh de la
afirmación de que los hutis son “chiíes apoyados por Irán”.
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