El pasado 8 de junio tuve el honor de acompañar al entonces ministro de finanzas griego, Yanis Varoufakis, a un encuentro privado en Berlín
con el ministro alemán de finanzas, Wolfgang Schäuble. La reunión empezó
con un gesto de buen humor cuando el señor Schäuble ofreció a su colega
un puñado de Euros de chocolate: “para sus nervios”. Yanis los
compartió con los circunstantes, y dos semanas después tuve un segundo
honor, que fue ofrecer mi moneda de chocolate a un tercer (ex)ministro
de finanzas, el profesor Giuseppe Guarino, decano de constitucionalistas
y autor de un impactante librito (La verdad sobre Europa y el Euro: Un ensayo, disponible en italiano AQUÍ) sobre los Tratados europeos y el Euro.
La tesis del profesor Guarino reza como sigue:
“El 1 de enero de 1999 se perpetró un golpe de estado contra los
Estados miembros de la UE, contra sus ciudadanos y contra la propia UE.
El ‘golpe’ no se dio por medio de la fuerza, sino con astucia
fraudulenta… por medio de la Regulación 1466/97… El papel asignado por
el Tratado (Artículos 102ª, 103 y 104c) al objetivo de crecimiento
perseguible por la actividad política de los Estados miembros… es
eliminado y substituido por un resultado, a saber: equilibrio
presupuestario a medio plazo.”
Consecuencia directa de ello:
“Las instituciones democráticas contempladas por el orden
constitucional de cada país no sirven ya a propósito ninguno. Los
partidos políticos no pueden ya ejercer la menor influencia. Las huelgas
y los cierres patronales dejan de tener el menor efecto. Las
manifestaciones violentas causan daño adicional, pero dejan intactas las
predeterminadas directrices políticas.”
Esas palabras fueron escritas en 2013. ¿Puede alguien dudar hoy de su exactitud y de su perfecta aplicabilidad al caso griego?
Es verdad que los gobiernos griegos anteriores a 2010 gobernaron
pésimamente, que entraron en el Euro bajo falsas premisas y que luego
ocultaron el déficit y la deuda del país. Nadie discute eso. Pero
obsérvese que cuando llegó la austeridad, el FMI y los acreedores
europeos impusieron a Grecia un programa dictado por las doctrinas del
equilibrio presupuestario y la reducción de la deuda que incluía: a)
profundos recortes en el empleo y en los salarios públicos; b) una
drástica reducción de las pensiones; c) una reducción del salario mínimo
y la eliminación de derechos laborales básicos; d) drásticos y
regresivos aumentos de impuestos; y e) liquidación privatizadora de
activos públicos.
La conexión de ese programa con el
crecimiento y la recuperación en Grecia era de todo punto fraudulenta.
Superando dudas internas, el FMI hizo público un pronóstico, según el
cual el programa costaría a Grecia un recesión de sólo un 5% del PIB,
con una duración de dos años y plena recuperación para 2012. El caso es
que la economía griega colapsó bajo esa presión, se contrajo más de un
25% y, cinco años después, no hay recuperación a la vista. De modo que
Grecia ha perdido todo un año de producto anual y ha asistido a la
práctica aniquilación de sus más importantes instituciones sociales. A
finales de 2014 se hallaba en deflación por sobreendeudamiento, no en
recuperación.
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