Muchas personas en Europa recibieron la elección de Alexis Tsipras como primer ministro de Grecia como una noticia esperanzadora. Cuando el
presidente de Syriza, después de semanas de agotadoras negociaciones
firmó el dictado de recortes, la decepción fue asimismo muy grande.
Sería injusto y arrogante señalar a Alexis Tsipras y a Syriza con el
dedo acusador de la moral. Mucho mejor sería reflexionar dentro de la
izquierda europea bajo qué condiciones es posible en Europa hoy hacer
una política democrática y social, es decir, de izquierdas.
Hemos
aprendido una cosa: Mientras el supuestamente independiente y apolítico
Banco Central Europeo pueda cerrar el grifo del dinero a un gobierno de
izquierdas, una política que se oriente hacia principios democráticos y
sociales será imposible. El exbanquero de inversión Mario Draghi no es
ni independiente ni apolítico. Él trabajaba para Goldman Sachs, en el
momento en que ese banco de Wall Street ayudó a Grecia a falsear los
balances de su contabilidad. Así fue como se hizo posible la entrada de
Grecia en el euro.
En los meses pasados muchos artículos de
opinión se han ocupado de la pregunta de si el dracma debería ser
introducido de nuevo. No sirve para nada y es una base errónea reducir
el debate a esta pregunta. No solo en Grecia, sino en todo el sur de
Europa el paro juvenil es insoportable y cada uno de los países que
forman parte de la zona euro están siendo desindustrializados. Una
Europa en la que la juventud no tiene futuro está en peligro de
descomposición y de convertirse en el botín de fuerzas nacionalistas de
extrema derecha renovadas.
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