A finales de 2008, en la lujosa Galería Oeste de São Paulo se pagaban hasta 20.000 dólares por un peluche de Luiz Inácio Lula da Silva, entonces presidente de Brasil. El peluche presidencial era un deseado amuleto hype. Se podía abrazar con amor y/o odio. Se podía maltratar con fingido desprecio, pero con un fondo de respeto.
El proyecto Lula de Pelúcia (Lula de Peluche), del artista Raul Mourão, visibilizaba el principal milagro del presidente de Brasil: reconciliar emocionalmente a uno de los países más desiguales del mundo.
Antes
de Lula, la única unanimidad de los brasileiros, según la irónica
sabiduría de las conversaciones de los botecos (bares), era el cantante
Chico Buarque. Unos años después del aterrizaje del Partido de los
Trabajadores (PT) en el gobierno, la unanimidad era Lula: el presidente
de andar por casa que agradó / compensó a ricos y pobres al mismo
tiempo.
A pesar de escándalos de corrupción como el mensalão,
apenas el 11% de los brasileros pensaban en 2008 que la gestión del
presidente era mala. Lula era un icono, un mito casi intocable. "Fue un
producto de marketing perfecto, masivo", afirmaba en la época Raul
Mourão.
Siete años después, el Lula de peluche se ha transformado
en un gigantesco muñeco inflable con ropa de presidiario, zarandeado en
las manifestaciones que piden el impeachment de Dilma Rousseff. El pasado día 16, un muñeco gigantesco
con el número 13-171 presidió la protesta en Brasília: 13 por el número
que simboliza al PT en las urnas electrónicas, 171 por el artículo del
código penal (estelionato), una jerga (171) muy usada para alguien que
no es de fiar. De peluche milagroso a satírico monigote. De amuleto a
ser insultando con el ramplero "171".
Lula, que hasta hace unos
meses estaba en las quinielas como candidato en 2018, no se libra del
derrumbe del PT. Lula está en la mira: el escándalo de corrupción del
gigante de la construcción Odebrecht apunta a Lula como lobbista
internacional.
Una encuesta reciente muestra que Lula perdería las elecciones contra
Aécio Neves, Geraldo Alckmin o José Serra, los tres posibles candidatos
del conservador Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). La
situación de Dilma Roussef no tiene precedentes: apenas un 8% del país
aprueba su gestión. ¿Cómo se explica el hundimiento si el PT, en alianza
con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), ganó las
elecciones en octubre de 2014?
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