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quinta-feira, 13 de agosto de 2015

"No electricity": la cara menos conocida de la pobreza en África

Desde Marruecos y bajando por la cornisa atlántica hasta Ciudad del Cabo (Sudáfrica) o, tal vez, desde las costas mozambicanas hasta las somalíes. Desde Mombasa (Kenia) hasta algún lugar aislado de la República Democrática del Congo. Una de las apreciaciones de cualquier persona que viaja por el continente africano es que, cuando cae la luz del sol, la penumbra es más bien generalizada. Linternas de fabricación china, lámparas de queroseno o móviles sirven de alumbrado público, sobre todo en las zonas rurales, aunque ahora, también, multitud de placas solares pueblan los techos de chapa de muchas aldeas aisladas.
Hace casi un siglo y medio, Thomas Edison afirmaba que haría de la luz eléctrica un producto tan barato que sólo los ricos podrían permitirse el lujo de quemar velas. Él, aunque con algún lío de patentes (léase “robo de idea”) de por medio, fue el inventor de la bombilla que tanto revolucionó al mercado y al mundo. Sus aspiraciones serían hoy tachadas de “demasiado socialistas” y contra natura de las grandes multinacionales que obtienen ganancias a costa de los contribuyentes empobrecidos. La historia parece haber sido otra.
Hoy en día dos tercios de la población viven sin electricidad en África, o, lo que es lo mismo, 621 millones de personas. Y las cifras van en aumento. Una caldera hierve dos veces al día en Alemania y utiliza cinco veces más electricidad de la que pueda utilizar una persona en un año en Mali. Otro ejemplo revelador: Nigeria, con un 27 por ciento, es el mayor exportador de petróleo del continente (Argelia, 21 por ciento; Libia, 17 por ciento), pero 93 millones de habitantes dependen de la leña y el carbón vegetal para obtener calor y luz. Con las tendencias actuales no hay ninguna posibilidad de que África llegue a la meta mundial que se propuso la ONU para el 2030 de asegurar el acceso universal a servicios energéticos modernos.
A diferencia de las sequías, las epidemias y el analfabetismo, la crisis energética del continente africano rara vez es noticia. Y los costos sociales, económicos y humanos son devastadores: una electricidad inadecuada y poco fiable socava la inversión; los gases tóxicos liberados por la quema de leña y estiércol matan a 600.000 personas al año, la mitad de ellos niños y niñas; muchos hospitales se ven boicoteados por los incesantes cortes de luz que afectan a los equipos médicos de salud; algunas empresas en Tanzania y Ghana están perdiendo el 15 por ciento del valor de las ventas como consecuencia de la energía intermitente de la que disponen; la mayoría de las y los escolares de África asiste a clases donde no tiene acceso a la electricidad (de hecho, el porcentaje que sufre esta situación alcanza un 80 por ciento en Burkina Faso, Camerún, Malawi y Níger).

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