En Grecia se sigue escribiendo la historia de Europa. Los
acontecimientos se precipitan tras la firma del tercer rescate, que más
que un memorándum es el humillante armisticio de una guerra económica en
la que el pueblo griego sigue siendo la principal víctima. El
presidente del Gobierno Tsipras ha decidido convocar elecciones antes de
realizar el congreso de Syriza imponiendo el acuerdo con la troika sin
un debate a fondo en las filas de su propio partido, como demuestra la
dimisión de Tasos Koronakis, secretario general de Syriza. De esta
forma, Tsipras está propiciando de forma indirecta una de las mayores
victorias de la troika: la ruptura del proyecto de Syriza como la
principal fuerza antiausteridad en Europa.
No siempre los
nuestros o nuestras aciertan. No siempre tenemos que estar conformes con
lo que hagan los amigos. Podemos perder una batalla y tenemos derecho a
equivocarnos, pero no podemos claudicar y aceptar la gestión de un
programa y unas medidas que sólo pueden perjudicar a nuestro pueblo e
imposibilitar a largo plazo la política que defendemos. Como decía
Manolo Monereo en un reciente artículo: “para conseguir que el sujeto
popular sea no sólo vencido, sino derrotado, es necesario cooptar a sus
jefes, a sus dirigentes. Con ello se bloquea la esperanza, se promueve
el pesimismo y se demuestra que, al final, todos son iguales, todos
tienen un precio y que no hay alternativa a lo existente. La
organización planificada de la resignación”. La claudicación de Tsipras
puede generar a corto y medio plazo, en cuanto se empiecen a conocer y
padecer las consecuencias de lo firmado, la desmoralización no sólo del
pueblo griego, al que se le traslada un mensaje de que no se puede, sino
también un pésimo precedente para cualquier otro pueblo que decidiese
desafiar el poder establecido en el marco de esta Unión Europea.
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