La historia de España
como estado-nación pone en evidencia la imposibilidad de crear un
sentimiento de pertenencia transversal a las clases sociales e
integrador de las diferencias territoriales que lo componen. Desde sus
orígenes, los pueblos no castellanos se han resistido al establecimiento
de una España homogeneizante, mediante la defensa de los idiomas
propios como lo más palpable en la construcción local de un conjunto
amplio de instituciones y costumbres, todas las que participan en una
política intrarregional, con dinámicas particulares y produciendo
identidades diferenciadas a las que representa Madrid como centro
político del país.
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