Sólo el título de “soñadores” para referirse a los jóvenes
indocumentados que fueron traídos por sus padres a Estados Unidos siendo
niños, es un cliché. Si no un sarcasmo, si consideramos que sus sueños
no se refieren al sueño americano sino a una larga pesadilla que no sólo
tiene efectos legales y sociales sino profundamente morales y
psicológicos.
Ernest Hemingway alguna vez discutió con alguien
sobre la naturaleza de los ricos y, por alguna razón no del todo clara,
le atribuyó a su colega Scott Fitzgerald el siguiente razonamiento: “sí,
los ricos son diferente a nosotros; ellos tienen plata”. La precisión
sobre quién fue el verdadero autor de esas palabras es ahora
irrelevante. No el problema en cuestión. Aparte del detalle del dinero,
podemos sospechar que hay otras diferencias. Los estudios realizados
sobre el tema demuestran que los ricos que caminan en la calle le
prestan menos atención a la gente que los demás. Incluso la
cuantificación del tiempo que estas personas miran a otras es
sistemática y significativamente menor. (Knowles y Dietze, New York
University 2016, etc.) A partir de ese hecho, se ha teorizado una
explicación: a los ricos les interesa menos la agente que al resto de la
gente. Justo, candidatos ideales para presidentes y representantes del
pueblo.
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