El ambiente que había en la inmensa marea de gente que participó en la
Marcha del Clima [1] de la pasada primavera era electrizante. Y la
electricidad era también el tema de muchas de las consignas exhibidas.
Aquí y allá podía leerse en letreros y pancartas: “Cambiemos el sistema,
no el clima”. Pero la mayor parte de los lemas daban a entender que
para acabar con la emergencia climática y evitar catástrofes naturales
como las que asolarían el país unos meses más tarde –los huracanes
Harvey e Irma y los grandes incendios forestales del Oeste– era
suficiente con echar de su cargo a Donald Trump y pasar a una energía de
fuentes 100 por cien renovables.
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