James Comey fue despedido. De Sean Spicer solo queda un montón de
cenizas. Anthony Scaramucci se estrelló y se incineró en un instante.
Reince Priebus esperaba una vida regalada pero finalmente fue despedido.
Después de siete meses, Steve Bannon consiguió la vieja destitución y
poco después le siguió su adlátere. A Sebastian Gorka se le enseñó la
puerta de la Casa Blanca sin miramientos. En medio de un aguacero de
posibles conflictos de intereses y escándalos, Carl Icahn se retiró. Se
dice que Gary Cohn ha estado al borde de la renuncia. Así van las cosas
en la administración Trump.
Excepto con los generales. Pensemos
en ellos: son los últimos resistentes. Ellos lo consiguieron. Tomaron
las alturas de Washington y se mantienen allí con una notable gallardía.
Tres de ellos, el consejero de la Seguridad Nacional y teniente general
H.R. McMaster; el secretario de Defensa y general retirado del cuerpo
de marines John Mattis; y el ex jefe del departamento de Seguridad
Interior, en estos momentos jefe de Estado Mayor de la Casa Blanca,
general retirado del cuerpo de marines John Kelly, se mantienen solos
–si se hace excepción de los familiares del propio presidente Donald
Trump– en el pináculo del poder en Washington.
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