Yassin Mohamed cumplirá 23 años en unos días, pero va a tener que
pasar su cumpleaños en el mismo lugar de Egipto en el que lleva
confinado los últimos siete años de su vida: la cárcel.
Si
hubieran visto a Yassin como yo le he visto, probablemente no
adivinarían que ha estado encarcelado, que ha sido golpeado, torturado y
sometido a electroshock. Desde los casi cinco años que viví en El Cairo
–tanto antes como después del golpe militar de 2013-, los recuerdos que
tengo de él giran alrededor de los cafés cutres y baratos del centro de
la ciudad: sillas desvencijadas, camareros antediluvianos con
zapatillas manchadas, flácidas mangueras de pipas de agua arrastrándose
alrededor de las mesas como cobras achacosas… Allí se reunían, una noche
cualquiera, los verdaderos veteranos de la revolución para fumar y
hablar, junto a artistas de grafitis, aspirantes a actores, músicos,
estudiantes de clase media procedentes de los suburbios y unos cuantos
desaliñados informadores de la policía gordos como morsas.
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