Decenas de miles de los vecinos de Rohingya, de religión musulmana,
están huyendo despavoridos de sus hogares a causa de la violencia
extrema ejercida por el ejército y los paramilitares budistas. Miles de
personas se han quedado en la frontera de Bangladesh, que niega a
acogerlos porque “hay terroristas infiltrados entre ellos”. Se trata de
una nueva fórmula del castigo colectivo a un pueblo ya castigado.
La
prensa de masa occidental y la de los países musulmanes acusan a los
budistas de limpieza étnica, y señalan a Suu Kei, ministra de
exteriores, de pasividad y de ser cómplice de los crímenes cometidos por
“los budistas”, que no los generales que siguen ostentando el verdadero
poder en Myanmar. ¿Qué interés tendrán para presentar este conflicto
como étnico-religioso? ¿Por qué destacan el drama de estas personas
mientras silencian el de 17 millones de yemeníes o los siete millones de
sudaneses que soportan, desde hace varios años, la suma de terror,
violación, tortura, hambre, sed, desesperación y otras atrocidades ante
la total pasividad de la comunidad internacional?
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